EL IMPETUOSO REY LOBO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.01.2022 10:12

 

               

                El imperio almorávide dominaba con dificultad Al-Ándalus a mediados del siglo XII, pues a la hostilidad de los reinos cristianos del Norte peninsular se unía el descontento de no pocos de sus habitantes.

                Las rivalidades entre grupos de clanes desgarraban ciudades como Murcia. En septiembre de 1145 los Banu Tahir consiguieron hacerse con su gobierno, pero al mes siguiente las fuerzas del emir de Zaragoza Ibn Hud (el Zafadola de las crónicas cristianas) la tomaron. A su frente marchaba Ibn Yyad, secundado por Ibn Mardannis, el hombre que llegaría a acumular un gran poder en el territorio.

                Muhammad ibn Sad ibn Mardannis, al que se conocería en la Historia como el Rey Lobo, fue elogiado por Rodrigo Jiménez de Rada como un tipo prudente, generoso y valiente, y denostado como ambicioso y cruel por Ibn al-Khatib. Se ha apuntado su ascendencia hispano-cristiana, interpretándose el sobrenombre Lobo como Lope, pues perteneció a un linaje de saqaliba (gentes de ascendencia eslava) de Peñíscola.

                Al-Ándalus volvía a fragmentarse, con unos almorávides en sus últimas horas y unos aspirantes a sustituirlos, los almohades, que en 1147 conquistaron Cádiz y Sevilla. En agosto de aquel mismo año, fallecido Ibn Hud de Zaragoza, Ibn Mardannis asumía el poder en Tudmir y Valencia, libre por el momento de amenazas, aprovechando a conciencia sus lazos familiares y políticos. Tomaría el título de emir bajo la teórica obediencia del califa de Bagdad.

                El astuto Ibn Mardannis se protegió contra los ataques hispano-cristianos pagando tributos, las parias, mientras extendía su radio de influencia en Al-Ándalus. Se resignó a la toma de Tortosa por el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y de Almería por Alfonso VII.

                Con la valiosa ayuda de su suegro Ibn Hamusk, que regiría el territorio de la sierra de Segura y Cazorla, luchó contra los almohades. Avanzó hacia Baza y Guadix, y después en dirección a Úbeda, Baeza y Jaén.

                Se ha atribuido a estas campañas que Ibn Mardannis desatendiera su frontera con los cristianos, ya que en el verano de 1156 el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV incursionó hasta Lorca. En 1157 le pagó 408 kilos de oro como tributo.

                No obstante, sus esfuerzos prosiguieron en dirección al valle del Guadalquivir. En 1157 cedió Uclés a Alfonso VII, una vez caída Almería en manos almohades, a cambio de Alicum, próxima a Baza. Sus fuerzas se aliaron con las de Castilla para atacar Córdoba entre el 1158 y el 1160, arrasando su campiña. A pesar de todo, la ciudad no cedió a sus atacantes.

                Écija y Carmona, sin embargo, sí cayeron en sus manos en el 1160, aunque resistió su asedio Sevilla, gobernada por el Sayyid Yusuf, el hijo del califa almohade. Durante unos meses, los cristianos y los judíos del lugar le ayudaron a dominar Granada, excepto su alcazaba. En julio de 1162, los almohades lo desalojaron de allí.

                Por aquel tiempo, llegó a acuerdos mercantiles con los genoveses, a los que se les permitió establecer funduqs o depósitos comerciales en Valencia y Denia. Ibn Mardannis contó con fuerzas mercenarias cristianas, como las del conde de Urgel y las de Álvar Fáñez. En el castillo de Cieza dispuso una guarnición cristiana.

                Yusuf I, el anterior gobernador de Sevilla, logró ascender al califato tras vencer no poca oposición, y se aprestó a atacar a Ibn Mardannis. En el 1165 dirigió una poderosa expedición militar, que irrumpió por Baza y Caravaca. Asedió la ciudad de Murcia y saqueó su huerta, pero no logró rendirla.

                En 1167 conseguiría que Alfonso VIII de Castilla ordenara a don Pedro Ruiz de Azagra, futuro señor de Albarracín, que le sirviera militarmente. La presión almohade le forzó en 1168 a comprometerse a pagar anualmente al rey de Aragón 102 kilos de oro, muy oportunos para las empresas occitanas.

No obstante, los aragoneses se aventuraron por las cuencas del Guadalope, el Matarraña y el Algars. Por ello, cedió en 1169 Vilches y Alcaraz a los castellanos, buscando su protección frente a aquéllos.

                La fuerza de Ibn Mardannis se encontraba en declive. Su suegro Ibn Hamusk abandonó su causa en el mismo 1169, según algunos por el maltrato que padecía su hija a manos de aquél. Se sometió a los almohades y unió sus fuerzas contra su antiguo aliado.

                Con la firma del tratado de Sahagún (1170), Alfonso VIII se comprometió a que su aliado Ibn Mardannis pagara al rey de Aragón durante cinco años, a contar desde 1171, 163 kilos de oro anuales.

                La presión fiscal se hizo agobiante. Ibn al-Khatib recordaría los excesos de sus recaudadores y el excesivo número de tributos, sobre las personas, los bienes inmobiliarios, el comercio de alimentos y pieles, el ganado, la trashumancia, las fiestas y las bodas. A los habitantes de las montañas más pobres se les impusieron jornadas de trabajo obligatorias, la sukhra.

                Bajo su régimen también se construyeron importantes palacios, como los de Dar al-Sugra en Murcia, el de Pinohermoso en Játiva o el del Castillejo de Monteagudo, siguiendo pautas orientales. También se obraría en el alcázar murciano.

                El poder almohade ganaba fuerza en Al-Ándalus. Ni los contingentes cristianos ni las tácticas guerrilleras los detuvieron. En 1171 recibieron la obediencia de Lorca, Elche, Alcira y Valencia. Ibn Mardannis se acogió a la ciudad de Murcia, donde falleció en 1172. Su hijo Hilal la rindió a los almohades a cambio de proseguir como gobernador, según los consejos de su sagaz padre, toda una figura de aquel batallador siglo XII.

                Bibliografía.

                Pierre Guichard, Al-Ándalus frente a la conquista cristiana. Los musulmanes de Valencia (siglos XI-XIII), Valencia, 2001.

                Miguel Rodríguez Llopis, Historia General de Murcia, Córdoba, 2008.