EL FUERA DE LA LEY, NORTEAMÉRICA EN LUCHA CONTRA SÍ MISMA.

23.01.2019 16:42

                El Western ha sido ensalzado como un cantar de gesta, el de la épica de la formación de los Estados Unidos, y en sus manifestaciones más clásicas sus protagonistas adquieren rasgos homéricos, especialmente cuando un sheriff íntegro se enfrentaba a solas con unos forajidos en un gran duelo. Los héroes de las películas del Hollywood de los años cuarenta y cincuenta, encarnación del caballero sin tacha, representaron a su modo la imagen de afirmación moral de unos Estados Unidos seguros de sí mismos, que parecían haber dejado atrás los duros años de la Ley Seca, la Gran Depresión y la II Guerra Mundial. En la Tierra de los Valientes todo se conseguía con audacia. Aquellos pioneros eran la medida de todas las cosas.

                Cuando aquella gesta fue chocando con las realidades de un mundo cambiante, en la que los estadounidenses también encajaban derrotas y cuestionaban sus valores, la realidad más dura afloró en forma de violencia gratuita, denuncias de genocidio y conciencia crepuscular. Aquel fue el tiempo del spaguetti western y de las grandes películas de Sam Peckinpah, cuando se forjó el singular personaje solitario de Clint Eastwood, tipo enjuto y con cara de palo capaz de atravesar con sus miradas a sus enemigos con la misma contundencia con la que disparaba su colt. Antes de convertirse en un cineasta reconocido y prestigioso, insistió en varias películas al respecto, fuera pistolero del Salvaje Oeste o policía de la Jungla de Asfalto. Para muchos fue la encarnación del conservadurismo más duro.

                Sin embargo, en 1976 terminó dirigiendo El fuera de la ley, una película en la que la violencia resulta omnipresente. Su Josey Wales es un verdadero superviviente, que ha contemplado la vejación y el asesinato de su familia. Más allá de sus peripecias, su singladura nos habla del impacto de la violencia en la sociedad, de la venganza y de la reconciliación de una manera muy particular.

                Los Estados Unidos han sido una sociedad despiadada, y su guerra de Secesión no se presenta como un enfrentamiento hidalgo entre azules y grises, atento a las normas de una guerra civilizada, si es que alguna vez ha existido algo similar. Entre las gentes de Kansas y Misuri se libró un complejo y duro conflicto jalonado de brutales acciones guerrilleras, en las que padeció la población civil. Aquí desaparece toda invocación idealista, a la integridad nacional o a la liberación de los esclavos. Se lucha por rabia, por haber quedado prendida la vida en los fragores de la matanza.

                En un mundo así, las personas se convierten en depredadores de seres humanos. Toda clase de cazadores de recompensas intentan atrapar a Wales, que después de matarlos escupe salivazos de tabaco sobre sus cadáveres, a disposición de buitres y gusanos. Los comancheros asesinos y violadores son una variante de semejantes tipos. El carácter de los antepasados de los estadounidenses de los setenta es tan brutal como plagado de prejuicios, digno de un mundo post-apocalíptico. El desengaño alrededor de Vietnam y los grandes escándalos políticos se proyecta hacia el pasado. Al igual que los peregrinos de Kansas martirizados por los comancheros, los pobres norteamericanos han dejado de ser orgullosos. Han descubierto la esencia de la vida más allá de fantasías virginales.

                Wales es un caballero de la triste figura que pierde a su joven acompañante, que ha escapado de una matanza traidora. Los Estados Unidos reemprenden su marcha con pie torcido, según El fuera de la ley, que no considera el corto número de juramentos exigido en un Estado confederado para reintegrarse a la Unión ni la pervivencia del poder racista durante la Reconstrucción, con sus Códigos Negros. La conciencia nacional sureña pervivió hasta bien entrado el siglo XX.

                Tales Estados Unidos son aniquiladores, y al jinete en guerra se suman sucesivamente un anciano jefe amerindio del territorio de las mortecinas Naciones Indias, una piel roja sometida a toda clase de atropellos por unos y otros, una avinagrada anciana de Kansas y su alelada nieta, los fracasados habitantes de un pueblo minero en quiebra y un cervantino perro. Se diría que son la otra cara de los triunfadores del Sueño Americano, personas que buscan en el Oeste algo mejor. La Edad de Oro del Western se antoja un embuste, un narcótico para todos aquellos que no han querido enfrentarse a la realidad. Violencia y exclusión, el alfa y el omega de un país que ha perdido la confianza en sí mismo trescientos años después de su fundación.

                Curiosamente, en el momento más depresivo comienza la recuperación. La golpeada compañía alrededor del atormentado Wales acaba formando una gran familia, en un rancho alzado por un hombre que luchó con los botas rojas, las fuerzas irregulares que destruyeron la granja del mismo Wales. En el Oeste se forja una nueva comunidad, una nueva nación, que termina entendiendo los motivos de agravio ajenos y que comparte al final los mismos deseos de justicia. El perdón no excluye el castigo de los que asesinaron por placer y se logra compartiendo padecimientos. Con valentía y decisión se conseguiría remontar el bache histórico. Los Estados Unidos de las grandes ciudades de 1976 eran campos de batalla, pero la entereza de la ciudadanía podía imponerse en los mismos. A su modo, El fuera de la ley es una llamada a luchar como gatos panza arriba, a revivir el combativo espíritu de los pioneros.

                Víctor Manuel Galán Tendero.