EL FRÁGIL ACUERDO ENTRE LOS INFANTES DE ARAGÓN Y DON ÁLVARO DE LUNA.

16.07.2019 11:38

                A principios del siglo XV, la monarquía detentaba notables poderes en Castilla. Sus reyes, por la gracia de Dios, podían ejercer con gran vigor la justicia, cuya administración habían reorganizado alrededor de la Chancillería. Las Cortes no les apremiaban con la energía de las de Aragón. Sus corregidores los representaban en los municipios, cuyas oligarquías no siempre se mostraban obedientes. Contaban con un numeroso ejército de lanzas asoldadas y de una armada cada vez más temible. Sus recaudadores percibían sustanciosos fondos por impuestos como las alcabalas y las monedas.

                Paralelamente, la alta nobleza había ganado fuerza desde la instauración de los Trastámara, organizando sus extensos dominios como verdaderos Estados, con sus instituciones de gobierno y vasallos estructurados. Buenos conocedores de la vida en la Corte y al tanto de las novedades intelectuales de su época, supieron aprovecharse de los recursos políticos, militares y tributarios de la monarquía, de la que se presentaban como servidores según sus conveniencias. La expansión ganadera y comercial de la Baja Edad Media llenó sus cofres con buenos dineros.

                El doliente Enrique III fue lo suficientemente enérgico para subordinarlos, pero a su muerte (1406) creció la fortuna de su hermano Fernando, el de Antequera, que ejerció junto a Catalina de Lancaster la regencia durante la minoría de su sobrino Juan II. En 1412 se erigió en rey de Aragón y sus vástagos se convirtieron en un importante poder a nivel hispánico. Su hijo mayor, Alfonso, heredaría el trono aragonés. Su inquieto hermano Juan, padre de Fernando el Católico, llegaría a ser monarca de Navarra y del mismo Aragón a la muerte de Alfonso en 1458. Combinó como pocos el poder real y el de los magnates, en una compleja trayectoria política que abrazó también a sus hermanos Enrique y Pedro.

                En junio de 1420 se desposó con Blanca de Navarra, pero sus intereses en Castilla le preocuparon sobremanera. Su hermano el infante Enrique llegó a apresar al mismo Juan II, en el llamado golpe de Tordesillas, rompiendo la unidad de acción entre los hermanos, los infantes de Aragón. Entonces, Juan acercó posiciones con Álvaro de Luna, figura que terminaría ganándose la confianza del rey de Castilla y ejerciendo un poder que despertaría vivas antipatías y envidias.

                Se logró al final liberar al joven monarca y hacer prisionero al inquieto Enrique en junio de 1423. La facción de Álvaro de Luna ganó una fuerza insufrible para los infantes de Aragón y el 3 de septiembre de 1425 depusieron en Araciel sus diferencias Juan y Alfonso para lograr la liberación de su hermano. Con astucia, Juan quiso atraerse en 1426 al poderoso Diego Gómez de Sandoval y Rojas para formar una poderosa coalición nobiliaria. En 1427 se consiguió del titubeante rey el destierro a Ayllón de Álvaro de Luna.

                La situación era tensa, pero a finales de 1428 se intentó llegar a un entendimiento entre los distintos rivales, bajo la teórica autoridad de Juan II de Castilla. La maniobra fue compleja. Desde Teruel, el 6 de enero de 1428 Alfonso V de Aragón otorgó poderes a su hermano Juan, considerado de singular confianza tras no pocos desencuentros, ejerciendo como testigos el baile general de Aragón Juan de Gurrea, el gobernador de Mallorca Berenguer de Olmos y el prestigioso Galcerán de Requesens. Con el respaldo aragonés, el partido contrario al de Luna tenía una fuerza considerable.

                El condestable Álvaro de Luna estaba al tanto de tales maniobras y ya el 2 de diciembre de 1427 había dado desde Ayllón poderes al doctor en leyes Diego González de Toledo para que lo representara en las negociaciones.

                Se pretendía alcanzar liga, amistad, confederación y ayuntamiento entre las partes enfrentadas, en el que entrarían los infantes Enrique y Pedro. Aquél y el de Luna hicieron pleito homenaje de amistad, comprometiéndose a no perjudicar ni al rey de Castilla ni al príncipe Enrique, que tempranamente ya apuntaba en la palestra política. El de Luna podía retornar a la Corte sin mayores complicaciones. Bajo la mirada del conde de Castro y el adelantado Pedro Manrique, se firmó tal liga en Segovia, la de regio alcázar, el 30 de enero de 1428.

                Parecía, en teoría, alcanzarse un equilibrio entre el poder real y el de los magnates, con el entendimiento entre Castilla y Aragón. Sin embargo, todo ello fue engañoso. En enero de 1429, Alfonso V preparó el ataque contra Castilla y el 29 de junio de aquel año rompió las hostilidades por Calatayud. No sería precisamente el último conflicto de los infantes de Aragón.

                Fuentes.

                Archivo General de Simancas, Patronato Real, legajo 11, documento 68.

                Víctor Manuel Galán Tendero.