EL FRACASADO ATAQUE INGLÉS A CÁDIZ (1625). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.09.2020 10:37

                Carlos I de Inglaterra había pretendido la mano de la infanta María Ana, hija de Felipe III, cuando era príncipe de Gales. Llegó a viajar a España, donde fue brillantemente agasajado. Sin embargo, todo quedó en agua de borrajas. Inglaterra no tendría una reina española y al poco de subir al trono, Carlos declaró las hostilidades a los españoles.

                El batallar no vino del fracaso de su cortejo, sino del deseo de frenar el poder de los Habsburgo en Europa durante la guerra de los Treinta Años. Su cuñado, el elector del Palatinado, era un firme enemigo de aquéllos.

                El Parlamento recomendó atacar los dominios indianos de los españoles y sus naves, minimizando riesgos e intentando lograr buen botín. Tal opción fue descartada por el círculo real, que se inclinó por una operación más ambiciosa contra la propia España.

                El duque de Buckingham abogó por la misma y comenzaron a hacerse los preparativos militares. Se llegaron a concentrar más de noventa buques, servidos por 5.000 marineros, además de una fuerza militar de 10.000 soldados. Las Provincias Unidas, en guerra con España, aportaron veinte naves más.

                Sobre el papel, tal fuerza parecía imponente, dispuesta a descargar sobre un punto de la comprometida España. La realidad era otra. Las tropas se habían formado por levas de hombres poco duchos en el arte militar y muchos barcos no dejaban de ser mercantes habilitados. Aquellos soldados dieron bastantes problemas de comportamiento en el Sur de Devon, con abastecimientos deficientes. Verdaderamente, eran problemas muy generalizados en los ejércitos de la época, pero en este caso pesaron fuertemente en el desarrollo de la operación.

                Su comandante supremo fue un tipo con experiencia en la guerra de los Países Bajos, Edward Cecil, el hijo del conquistador de Cádiz en 1596. Sin embargo, su amistad con el duque de Buckingham lo hizo demasiado permisivo a la hora de tolerar los defectos de preparación. Su nula experiencia en operaciones anfibias tampoco fue a su favor.

                Para colmo, sus planes eran muy vagos, además de someterse a las deliberaciones de un consejo de guerra con muchos amigos del duque, a quien debían su nombramiento. No se impuso debidamente su disciplina en Plymouth. Con tales mimbres, se hizo a la vela un 5 de octubre de 1625.

                Nada más salir, se topó la armada con una verdadera galerna y no pudieron hacerse a la mar nuevamente hasta tres días después. Su travesía fue tormentosa y se padeció la dispersión de las unidades navales, ciertamente angustiosa.

                Cuando el 20 de aquel mes se avistó la costa española, se consideró atacar Sanlúcar. El objetivo fue rechazado por Cádiz, en atención al fondeadero de Puerto de Santa María.

                Los ingleses tampoco disponían de buenas noticias de las defensas españolas y creyeron que Cádiz se encontraba fuertemente protegido. Al acecho de la flotas de Indias, se persiguió infructuosamente a doce grandes barcos españoles. Se perdió un tiempo muy valioso, pues las defensas gaditanas podían haber cedido entonces.

                De tal error sacó a los expedicionarios un comerciante inglés afincado allí, Jenkinson. Animados, los ingleses atacaron el fuerte de El Puntal, sin gran pericia y a un elevado coste. Mientras tanto, el gobernador de Cádiz Fernando de Girón había actuado con gran determinación, que supo allegar valiosas tropas. Acudieron fuerzas de otros puntos de España y los ingleses corrían el peligro de verse cercados.

                Cuando tuvieron noticia que los españoles habían llegado al puente de Zuazo, los ingleses se dirigieron allí. No lograron dar con aquéllos y la marcha los debilitó por la sed y la ingesta de vino. Tan mal planeada acción privó de fuerza al ataque de las naves españolas en Puerto Real.

                En semejante situación, llegaron las lluvias. Las enfermedades castigaron a los expedicionarios. A 17 de noviembre de 1625 se ordenó el retorno de una expedición que concluyó en fracaso.

                Bibliografía.

                Geoffrey Regan, Historia de la incompetencia militar, Barcelona, 1989.