EL COMERCIO DE FUSILES EN EL ÁFRICA SUBSAHARIANA. Por Verónica López Subirats.

09.07.2017 15:58

                

                Al concluir las guerras napoleónicas, las grandes potencias como Gran Bretaña se encontraron con un importante excedente de fusiles. En 1829 los británicos vendieron 52.000 fusiles y 1.000 toneladas de pólvora en las tierras litorales africanas. Estas armas presentaban no pocos defectos, que se acentuaban a medida que iban pasando de mano a mano hacia los pueblos del interior, con balas mal calibradas o pólvora de mezcla, en parte de elaboración local. Además de caros, los fusiles estallaban a menudo cuando se disparaban. Las flechas envenenadas eran entonces comparativamente más seguras y mucho más baratas. No tenían nada que envidiar en eficacia a los fusiles en el campo de batalla, como demostraron los pueblos del Alto Volta ante los franceses.

                Las armas de fuego no eran en el primer tercio del siglo XIX una novedad entre las gentes del África subsahariana. Los guerreros songhai que se enfrentaron con los expedicionarios marroquíes ya comprobaron su poder en 1596, aunque pronto se enseñaron a neutralizarlos con asaltos cerrados de caballería. Los pueblos ganaderos lanzaban al asalto sus animales contra los fusileros, que así agotaban sus municiones.

                El estruendo que causaban fue muy valorado por los pueblos musulmanes para singularizar el fin del ramadán, así como aperturas de mercado, victorias militares o funerales. Más allá de la guerra, los fusiles ayudaron a los cazadores de elefantes del Congo para conseguir el apreciado marfil y a los agricultores a proteger sus cultivos de las nuevas plantas, introducidas desde América por mediación de los europeos. También alcanzó relevancia en el apresamiento de esclavos.

                Paulatinamente, los fusiles ayudaron a fortalecer unos poderes africanos frente a otros. En el Alto Níger, el gobernante Samori los distribuyó entre todos sus hombres. A partir de 1860 los herero socavaron en Namibia la supremacía de los nama y más tarde fueron capaces de plantar cara a los alemanes. Los pueblos menos avezados en las artes de la guerra, como los sotho de Basutolandia, adoptaron con mayor rapidez los fusiles.

                Las armas de fuego se difundieron a la par que avanzaba la colonización europea. Lieja se especializó en la reparación de los llamados fusiles de trata y Estados Unidos en la venta de fusiles de tiro rápido. Se ha calculado que entre 1864 y 1907 se llevaron a África unos veinte millones de estas armas.

                El armamento africano preocupó al final a los europeos. Por el Acta General de Bruselas de 1890 se quiso poner coto a la exportación, pero los fusiles de trata escaparon de todo control y potencias como Francia rechazaron toda inspección. En Djibuti los franceses llegaron a abastecer de fusiles a los enemigos de los italianos en 1896. Los alemanes en sus dominios impusieron el monopolio gubernamental de venta de armas con grandes beneficios. En 1909 se volvió a insistir en lo acordado en 1890, pero el África subsahariana ya había cambiado profundamente a impulsos de la violencia de los cañones de los fusiles.