EL CAMPO DE BATALLA DE OLMEDO.

06.04.2018 13:55

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                A mediados del siglo XV, Castilla era uno de los grandes reinos de la Europa Occidental, cuando se libraban las últimas batallas de la larga guerra entre Francia e Inglaterra. En la dividida Italia, Alfonso V de Aragón afirmaba su poder sobre el reino de Nápoles, antes de la conquista turca de Constantinopla. Las embarcaciones castellanas navegaban entonces desde el Mediterráneo al canal de la Mancha, y la lana de las ovejas merinas ya gozaba de una cotización importante en los mercados. El poder de Castilla no se proyectaría al exterior hasta los Reyes Católicos a causa de los enfrentamientos entre las distintas facciones nobiliarias alrededor de una eclipsada autoridad regia. En teoría, los monarcas castellanos disponían de un poder imperial, según las Siete Partidas, y eran emperadores en su reino. Contaban con su propio Consejo y Audiencia para decidir sobre los temas más intrincados e impartir justicia. Sus corregidores velaban por su autoridad en ciudades y villas con orgullosas oligarquías. Las Cortes, aunque no inactivas, distaban de la combatividad de las catalanas. La monarquía, además, percibía el tercio diezmo de muchas áreas, las alcabalas y otros impuestos igualmente importantes, con los que podía asoldar un importante ejército de lanzas. Sin embargo, la realidad era otra. Los grandes magnates, como los infantes de Aragón, impusieron su ley en la vida pública, lo que provocó frecuentes luchas.

                Juan II de Castilla tuvo que vérselas con estos problemas. En 1443 fue apresado por el infante de Aragón don Juan, ya convertido en rey de Navarra, en la abulense Ramaga. Desde hacía años, el llamado partido de los infantes de Aragón (el de los hijos de don Fernando de Antequera) había intentado por diferentes medios en mediatizar su voluntad, en convertirlo en un títere de su voluntad. Tras el golpe de Juan de Navarra, el que sería padre de Fernando el Católico, el príncipe don Enrique unió sus fuerzas con las del condestable don Álvaro de Luna, el favorito regio.       

                El monarca castellano logró zafarse de sus captores, y el partido de los infantes tuvo que replegarse. Mientras el infante don Enrique, maestre de Santiago, se acogió a los dominios murcianos de don Alfonso Fajardo el Bravo, don Juan se dirigió a Navarra e intentó convencer a su hermano Alfonso V a irrumpir en Castilla con sus fuerzas como años atrás, algo que declinó el monarca aragonés, interesado por la política italiana y mediterránea. Aun así, don Juan entró en Castilla en 1445 al frente de 400 hombres de armas y otros tantos peones para defender su causa. Se dirigió hacia Atienza para unirse con las fuerzas del conde de Medinaceli. Los caballeros santiaguistas de don Enrique también se movilizaron. Las fuerzas combinadas de don Juan y del de Medinaceli marcharon entonces a Alcalá de Henares.

                Sus movimientos fueron seguidos por el círculo de Juan II de Castilla con inquietud. Se movilizó el núcleo de las huestes de la monarquía, el de las guardas reales, y las distintas tropas se concentraron en San Martín de Valdeiglesias, según lo más probable. El ejército real alcanzó Madrid, y don Juan ordenó replegarse primero a Torija y luego a Santorcaz para unirse con las fuerzas de su hermano don Enrique.

                Al posicionarse los del rey de Castilla en Alcalá de Henares, don Juan ordenó marchar hacia la cuenca del Duero, en busca de sus aliados el almirante Enríquez y el conde de Castro. El 24 de marzo de 1445 tomó la localidad de Olmedo, en la vallisoletana Tierra de Pinares, donde ordenó ejecutar a los prohombres locales que se le opusieron.

                Bajo la guía del condestable don Álvaro de Luna, el campamento real frente a Olmedo se estableció en las orillas del Adaja. Se fortificó en prevención de ataques, y allí se concentraron unos dos mil jinetes y unos cuatro mil infantes. Se aprovechó tal concentración de fuerza ante los infantes de Aragón para reunir en tal punto Cortes, en las que se ensalzó el poder real absoluto según las Partidas.

                Mientras tanto, don Juan aguardó la arribada de sus aliados de la cuenca del Duero. Entre los contendientes se dieron varios lances caballerescos ante Olmedo. En una de aquellas acciones, el príncipe don Enrique quiso posicionarse en la estratégica Atalaya el 19 de mayo, pero sus contrarios se lanzaron contra él y tuvo que acogerse al Real, desde donde salieron las tropas de Juan II de Castilla. Después de todo, las fuerzas de ambos bandos decidieron afrontar una batalla campal, en el estrecho terreno frente a Olmedo. El despliegue de ambos ejércitos colisionó inevitablemente, comenzando por sus respectivas vanguardias, y la batalla dio pie a un sinfín de combates singulares. Los de Juan II de Castilla se alzaron con el triunfo, pero el condestable don Álvaro de Luna no ordenó que se prosiguiera la aniquilación de las fuerzas contrarias, que pudieron huir.

                El infante don Enrique murió posteriormente, de resultas de las heridas de la batalla. Don Juan terminaría convirtiéndose con los años en rey de Aragón, a la muerte de su hermano Alfonso V. Entre los vencedores, don Álvaro de Luna terminó cayendo en 1453, ante los temores que despertaba su acrecentado poder. Fue decapitado en la plaza Mayor de Valladolid aquel mismo año. Al siguiente falleció Juan II de Castilla, cansado de haber sido rey en la vida. Se ha sostenido que el gran vencedor de la primera batalla de Olmedo fue el príncipe don Enrique, ya príncipe de Asturias. Se convertiría en el rey Enrique IV. Sometido a la influencia de su favorito don Juan Fernández Pacheco, el marqués de Villena, su autoridad se vio fuertemente cuestionada durante su reinado, y el 20 de agosto de 1467 sus fuerzas tuvieron que librar una segunda batalla de Olmedo, que quedó en tablas. En otros campos se librarían los combates que decidirían el destino definitivo del poder regio en Castilla.

                Víctor Manuel Galán Tendero.