EL ASOCIACIONISMO POPULAR DE LOS ROMANOS. Por José Hernández Zúñiga.

13.09.2015 00:09

                En el poema homérico de la Odisea se distinguió con agudeza el cíclope del ser humano. Aquél llevaba una existencia solitaria e insociable, carente de trato con otros. La sociabilidad humana eclosionaba en la polis.

                Cuando las ciudades-Estado de los griegos entraron en crisis y otras organizaciones políticas más amplias intentaron suplantarlas, floreció la sociabilidad organizada de las agrupaciones populares, que intentaron dar respuesta y cauce a las inquietudes laborales, asistenciales, religiosas y personales de muchos individuos modestos.

                Un desarrollo muy similar, teniendo presente los modelos helenísticos, se produjo en la antigua república romana, donde los conflictos sociales alentaron la formación de collegia o colegios, que algunos autores han caracterizado como instrumentos de defensa de los grupos subalternos frente a los hegemónicos, bien parapetados en las instituciones y convenientemente protegidos por alianzas familiares.

        

                Lo cierto es que la eclosión del asociacionismo popular se produjo bajo los primeros emperadores, teóricos protectores de la desvalida república. Este fenómeno fue muy acusado en la parte occidental del imperio, donde la romanización realizó grandes avances.

                En Hispania, por ende, sobresalieron los colegios de las áreas más romanizadas como la Bética, coincidiendo con el fortalecimiento de la vida ciudadana, de la que el asociacionismo fue una prolongación.

                Los colegios también recibieron el nombre de corpus, sodalitas y sodalicium, aunque se impuso la primera denominación. La epigrafía nos ilustra de varios pormenores de su organización.

                En numerosas ocasiones se ponían bajo la protección de un patrono de destacado rango social para alcanzar sus propósitos, lo que a la hora de la verdad convertía a los colegios en elementos de clientelismo. También resultó frecuente que se pusieran bajo la advocación de alguna divinidad, de tal manera que algunos de sus integrantes desempeñaron verdaderas funciones sacerdotales.

                Madurados dentro del círculo urbano de los romanos, los colegios tuvieron a su frente sus correspondientes cuestores, entre otras dignidades, y se estructuraron a veces en curias, centurias y decurias.

                Los colegios desempeñaron funciones sociales particularmente amplias, que abarcaban desde las de defensa corporativa de los intereses laborales de unos artesanos especializados, verdadero antecedente de las cofradías gremiales medievales, a la atención de necesidades espirituales y funerarias. En estas últimas se llegó a admitir a los esclavos junto a los hombres libres como si el último destino borrara las diferencias de la vida humana.