EL AMANECER DE LA RUSIA IMPERIAL, LA BATALLA DE POLTAVA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.05.2014 22:07
    A principios del siglo XVIII Suecia era una gran potencia militar. Dirigida por el inquieto Carlos XII, se enfrentó con decisión victoriosa a Dinamarca,  Sajonia, Polonia y Rusia durante la gran Guerra del Norte.
    En 1708 el monarca sueco, tras quebrantar Sajonia y Polonia, se encaminó a Rusia, dirigida por el no menos ambicioso zar Pedro, posteriormente conocido como el Grande. Carlos XII no atacó directamente Moscú, sino que prefirió adentrarse por Ucrania ante los ofrecimientos del hetman  cosaco Mazeppa, que no dudó en engañar a sus hombres para ponerlos al servicio del sueco.
    El río Desná era el punto de reunión entre Mazeppa y Carlos. Sin embargo, la vanguardia sueca fue duramente atacada por los rusos de Ménshikov y los refuerzos suecos de Livonia padecieron un intenso castigo. Cuando Mazeppa llegó ante Carlos XII sólo pudo presentar dos regimientos. El resto de los cosacos se pasaron a la causa rusa, haciendo escoger el zar otro hetman.
    Las dificultades no arredraron al fogoso rey sueco, que el 15 de noviembre de 1708 cruzó el Desná por Boristeno, desoyendo toda cautela de sus consejeros. El frío se abatió sobre su ejército, que alcanzó con no pocas dificultades la plaza de Poltava.
    Esta localidad, a orillas del Vorskla, disponía de valiosas provisiones, muy codiciadas por los suecos. Situada entre un desértico Este y un Oeste más fertil y poblado, sus montañas septentrionales albergaban los desfiladeros tártaros que conducían a Moscú. A comienzos de mayo los suecos comenzaron su asedio.
    Sin embargo, los rusos no perdieron el tiempo, y el 15 de junio de 1709 60.000 soldados del zar Pedro cruzaron el Vorskla, ubicándose al Noroeste de Poltava. Se atrincheraron y dispusieron su caballería en dos bosques cercanos, protegidos por baterías de artillería.
    Carlos XII no reaccionó con calma, y se lanzó al asalto de las posiciones rusas. Ni la herida de carabina en su pie ni su incapacidad para montar durante la batalla le impidieron dirigir la batalla. La embestida de la infantería sueca fue formidable, pero los rusos aguantaron con solidez en sus posiciones defensivas. A continuación el zar desplegó con vigor todas sus fuerzas hasta arrollar a las de Carlos XII.
    El rey sueco, pese a su estado de salud, tuvo que marchar a caballo, refugiándose en el Imperio otomano. Más de 9.000 soldados suecos cayeron en el campo de batalla, capturando los rusos a más de 12.000 prisioneros de distintas nacionalidades.
Como muy bien expuso Voltaire, aquella derrota sueca afianzó la tranquilidad del Imperio ruso, la nueva estrella de la política internacional de los siguientes siglos.