EL ALBA DE LA AMÉRICA INGLESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.04.2024 11:23

               

                En el siglo XV los portugueses y los castellanos emprendieron importantes navegaciones, que los llevaron a tierras hasta entonces desconocidas por los europeos. La autoridad del Papa se utilizó para legitimar su dominio, algo que no fue aceptado por otros monarcas cristianos. Aunque aliado de los Reyes Católicos, Enrique VII de Inglaterra también alentaba esperanzas de enriquecerse con la navegación y el comercio ultramarino. En 1496 autorizó la expedición del veterano navegante italiano Juan Caboto, que tras una serie de peripecias alcanzó el área de Terranova. Su riqueza pesquera y su cercanía a la América continental no animaron al rey de Inglaterra a proseguir con la empresa. El arranque de la América inglesa sería más tardío.

                El enfrentamiento con la España de Felipe II animó sobremanera los viajes de comercio y saqueo de los ingleses. Durante su vuelta al mundo de 1577-88, Francis Drake tocó la que luego sería San Francisco, a la que llamó Nueva Albión. Sin embargo, los ingleses no establecieron allí ninguna fundación.

                La mayor empresa colonizadora inglesa se estaba realizando por entonces en Irlanda, donde la palabra plantación era sinónima de colonización. Vencida la resistencia de los condes de Desmond en 1584, la corona inglesa les confiscó doscientas mil hectáreas, a entregar a arrendatarios ingleses que establecerían colonos igualmente ingleses, expulsando a los irlandeses, reducidos al hambre. Fue una lucha enconada con los irlandeses católicos, en la que destacaron varios caballeros del suroeste de Inglaterra, como sir Humphrey Gilbert y su hermanastro sir Walter Raleigh, que había combatido junto a los hugonotes franceses. Privó a sus enemigos irlandeses de cosechas y ganado para someterlos, recibiendo dieciséis hectáreas de concesión.

                En tal ambiente, entre 1578 y 1582 sir Humphrey maduró el proyecto de colonización de Norumbega, nombre con el que se conocía Terranova desde las navegaciones de Verrazano al servicio de Francisco I de Francia. Tuvo la pretensión de establecer una verdadera colonia en un territorio de unos tres millones de hectáreas, pero su naufragio en 1583 se lo impidió. Sus afanes ultramarinos pasaron a Walter Raleigh, el mirol Guatarral de los españoles de Indias.

                En 1584 Isabel I le agració con la propiedad del territorio ultramarino comprendido a doscientas leguas de donde sus gentes alzasen sus hogares, a cambio de la fidelidad a la corona y del quinto real del oro y la plata. Raleigh envió dos barcos ese mismo año, que llegaron a la isla de Wokokan, en la actual Carolina del Norte. En 1585 mandó seis, con una dotación de ciento siete hombres, al mando de Richard Greenville. La expedición se asentó en la isla de Roanoke (en un territorio ya conocido por los españoles), cuyo jefe amerindio se declaró vasallo de Isabel I y de sir Walter, según sostuvieron algunos. Lo cierto es que los naturales no se avinieron a comerciar con los recién llegados, que terminaron por romper hostilidades. Al final, regresaron a Inglaterra en la primavera de 1586 a bordo de la expedición de Drake que había atacado el Caribe español.   

                La llegada del tabaco y de las patatas publicitó nuevas ofertas de inversión entre los medios comerciales ingleses. Si en 1586 se envió un refuerzo de cincuenta hombres, al año siguiente se emprendió una expedición todavía mayor, de ciento cincuenta hombres dirigidos por el afamado cartógrafo e ilustrador John White. A él se le encomendó el gobierno del nuevo establecimiento. Debería de tomar tierras en explotación en la bahía de Chesapeake junto a sus doce ayudantes, pues la reina había confirmado a Raleigh propiedad, jurisdicción y regalías. Sin embargo, arribaron a otro lugar.

                El peligro de la Gran Armada obligó a Isabel I a retener una nueva expedición en 1588. A aquellas alturas, Raleigh había gastado unas cuarenta mil libras. Por ello, concedió como gobernador de Virginia licencia de comercio a inversionistas como Thomas Smith, con la condición de pagar el quinto de oro y plata. En aquel momento los ingleses dieron el nombre de Virginia a toda la costa atlántica de la América del Norte. Hasta su procesamiento en 1603, sir Walter envió cinco expediciones más, ignorándose el destino de sus participantes.

                En 1604 la España de Felipe III y la Inglaterra de Jacobo I alcanzaron un tratado de paz y de comercio tras años de enconadas hostilidades. Bajo ciertas condiciones, los ingleses podían comerciar con los puertos de la península Ibérica. En Málaga llegaron a desembarcar esclavos amerindios de Norteamérica, algo que enojó a las autoridades eclesiásticas. La Inglaterra coetánea vivía un ambiente propicio a los negocios, especialmente en ciudades como Londres o Plymouth. Ya en 1551 se había fundado la compañía de comerciantes aventureros, con la pretensión de alcanzar China, que se convirtió en 1555 en la de Moscovia. Se fundó en 1600 la compañía de las Indias Orientales, dirigida por el mercader londinense Thomas Smythe.

                Sin los fondos adecuados para emprender una empresa de navegación y colonización, además de carecer de ganas de romper con los españoles, Jacobo I concedió en 1606 carta de autorización a la compañía de accionistas de Virginia, articulada en los grupos de inversores de Plymouth y de Londres (en el que Smythe era muy importante). Los londinenses podían fundar establecimientos entre los grados 34 y 40 de latitud, mientas los de Plymouth lo podrían hacer en las tierras al norte. Gozaron unos y otros de la potestad de nombrar los gobernadores, pero respetando los derechos de los colonos como ingleses, amparados en la Carta Magna y en la ley común.

                En Inglaterra algunos abogaban por liberarse de gentes ociosas y díscolas por medio de la colonización, así como de lograr los metales preciosos que enriquecían a la monarquía española. Así conseguiría el reino un mayor equilibrio económico y social, que redundaría en su grandeza. Las cosas, no obstante, no fueron nada fáciles.  

                En agosto de 1607 la compañía de Plymouth estableció en Maine el enclave de Sagadahoc, que fue abandonado a la primavera del año siguiente. La de Londres tampoco estuvo inactiva: Christopher Newport fundó aquel mismo año Jamestown, que reveló ser un lugar propicio a la malaria. Las relaciones con los amerindios tampoco fueron buenas y se pensó en abandonar el establecimiento.

                Visto que la compañía de Londres no logró los anhelados beneficios en oro y en otras riquezas, en 1609 se concedió una nueva carta real, en la que los inversores pudieron elegir al tesorero y a los miembros de su consejo, siendo el pensador Francis Bacon uno de ellos. Se vendieron acciones por doce libras y diez chelines a cambio de beneficios y una concesión de tierra. Tampoco acompañó entonces la suerte a la compañía, que publicó en su descargo una declaración en la que instaba a la paciencia.

                Para mejorar su maltrecha fortuna, Jacobo I concedió una nueva carta en 1612, por la que se ampliaba el territorio de la compañía a las Bermudas o islas del verano, que en 1615 dispondrían de su propia compañía. La asamblea general de inversionistas gozó de mayores poderes en este momento. Para recabar más fondos, se autorizó a hacer loterías, tan lucrativas como cuestionadas por fraudulentas y empobrecedoras de la gente, por lo que fueron prohibidas en 1621.

                Mientras tales hechos sucedían en Inglaterra, la naciente colonia de Virginia iba afirmándose, rodeada de pueblos organizados en una verdadera confederación, la de Powhatan. En 1614 concluyeron las concesiones de los contratados por la compañía, pero los que permanecieron en el Nuevo Mundo pudieron convertirse en propietarios alrededor del río James. Se convirtieron en exitosos cultivadores de tabaco, alcanzándose en 1618 la producción de unas cincuenta mil libras, que desafiaron las censuras de algunos en Europa. Todo el que pudiera pagar ciento cincuenta libras de hoja de tabaco conseguiría una esposa, dispensada por la misma compañía. Al año siguiente, compraron a los holandeses los primeros esclavos africanos, además de establecer su propia asamblea. El levantamiento amerindio de 1622 puso a la colonia en serios apuros. En 1624, la corona retiró a la compañía la concesión por no haber cumplido los objetivos, y Virginia se convirtió en colonia real. Poco a poco despegaba la América inglesa, emprendiéndose otras fundaciones.

               Para saber más.

                Frank E. Grizzard y D. Boyd Smith, Jamestown Colony. A political, social and cultural history, Santa Bárbara, 2007.