¿EL ABSOLUTISMO FUE EFICIENTE? Por Víctor Hernández Ochando.

26.05.2014 17:01

    Habitualmente se ha pensado que los reyes absolutos todo lo controlaron. La contabilidad de una villa como la de Requena en el siglo XVIII demuestra lo contrario.

    A simple vista la organización de la administración económica de Requena parecía bastante sencilla, ya que varias personas llevaron a cabo distintas labores bajo la tutela de sus superiores, elaborando las cuentas y presentándolas ante el señor corregidor. En realidad todo redundó en provecho de su oligarquía.

    En lo más alto de la autoridad se encontró el Municipio, el señor de Requena en nombre del rey, que delegó en una serie de figuras la gestión de los propios y arbitrios, los bienes de la villa. Se nombró a un mayordomo que administró las cuentas, asignándole a un contador que las gestionaba y ayudaba a realizarlas. El contador era a veces alguien cercano al regidor comisario, nombrado por el ayuntamiento como persona capacitada para controlar y supervisar todo el procedimiento contable. Situar a alguien inadecuado en un lugar así suponía un sacrificio de la eficiencia a la hora de trabajar y la corrupción dentro del organismo público.

    La figura del contador era importante en la relación entre el regidor comisario y el mayordomo, pues podía acrecentar la rivalidad entre ambos, apoyando a uno cuando el otro se ponía en su contra.

    Todas las actas y cuentas redactadas por el escribano municipal se entregaron al corregidor, que representó al rey en el municipio. Generalmente fue un licenciado en derecho que exigía las cuentas de la villa a los fieles del monarca.

    La mentalidad "caballeresca" todavía dominó la primera mitad del XVIII, permitiendo excusar al mayordomo de asistir al trabajo por voluntad propia, como se ve en las expresiones "debía mandar y mandó" las cuentas "en débito de segundo día", que tuvo que verificar su contador y entregarlas dos días después de lo acordado al comisario. Poco a poco la mentalidad del funcionario, en la que el trabajo es un deber inexcusable, se iría imponiendo.

    El registro de contabilidad estuvo sujeto a revisiones, por lo que se puede comprobar que al menos existió el deseo de la responsabilidad y la prudencia a la hora de realizarlo.

    El mayordomo era el encargado de recibir los instrumentos o documentos como cartas, certificados de pago y facturas. Posteriormente el contador formaba las cuentas, que debía pasarlas a limpio: clasificarlas en cargos (ingresos) y datos (pagos), y registrar las diferentes partidas en las que se nombraba a la persona, el motivo y la cantidad de dinero que debía pagar al municipio o que se le tenía que abonar.

    Muchas veces el mayordomo gastaba sin conocer los ingresos, lo que le creó un problema muy grave al contador cuando realizaba las cuentas, que tenía que arguir algún pretexto para ocultar el desaguisado.

    Al comienzo de los libros de cuentas había una serie de párrafos en los que se verificaba el trabajo desempeñado por cada persona, dando fe y firmando al final. Fe es una palabra importante, ya que nos ofrece la promesa de la veracidad documental. El contador declaraba que iba a usar el patrimonio "bien y fielmente a mi saber y entender", quizá ante la tentación de ser la primera persona en romper el juramento.

    En ocasiones hubo cuentas que se presentaron incompletas, como las de 1728, en que todas las partidas de cargos hacen referencia a los ingresos de las dehesas sin exponer los del resto de partidas. Esto podría deberse a diferentes motivos, como el del uso y costumbre, pues el contador se habituó a que en cierto mes del año solamente se gestionaron y presentaron los beneficios de una partida concreta, como una dehesa. También encontramos el factor de la mala fe en la confección de la contabilidad o bien que los arrendatarios hubiesen avanzado antes el dinero.

    Para completar todas las cuentas anuales eran necesarias otras "rondas" contables, que incluso se dilataban a lo largo de años posteriores. A las autoridades no les convino en el fondo embargar los pocos bienes que tuvieran los deudores, ya que sin nada la probabilidad que pagaran algo era menor. Y así es como el municipio cedía, y poco a poco iban acumulando deuda, mermando los recursos del rey, que en tiempos de guerra se veían más que comprometidos, desmontando la imagen de señor absoluto de vidas y haciendas de sus súbditos.