DOCUMENTO HISTÓRICO. Los piratas ingleses vencidos por los marineros gallegos en el 1112.

16.02.2015 13:34

                

                “1. Por el mismo tiempo (año de 1112) Pelayo Gudesteiz y Rabinado Núñez (rebeldes a la autoridad de la reina doña Urraca) habían tomado en su ayuda a unos piratas mercenarios, los cuales habían tocado las costas de España viniendo de las de Inglaterra para ir a Jerusalén, y los habían tomado para atacar, protegidos por su ayuda, las tierras de alrededor robando y saqueando y para que los piratas ingleses, gente que no conocía la dulzura de la piedad, causaran la ruina de las regiones más alejadas y próximas al mar y ejercieran la rabia de su atrocidad. Lo cual no sucedió de otra manera, pues los ingleses, atacando por sorpresa con sus barcos de vela las costas, mataban a unos, a otros les privaban de sus bienes arrebatándoselos y a otros, como si fueran almorávides, prisioneros y encadenados los obligaban al rescate. Más aún, obcecados por un desmedido afán de dinero, ¡oh, sacrilegio!, violaban iglesias y, reos de tan gran sacrilegio, arrebataban de ellas las cosas necesarias, que allí encontraban, incluso los hombres. Pero la intercesión de Santiago no permitió que su tierra fuese impunemente arruinada y devastada por esta impía gente y no quiso que permaneciera sin castigo tan gran crimen.

                “2. Entretanto, mientras los marineros irienses y los hombres que habían venido de Santa María de la Lanzada se dirigían al mencionado asedio, casualmente los referidos ladrones habían venido a robar según su costumbre y, tras destruir una iglesia, trasportaban los despojos a sus naves. Cuando los irienses y los otros los vieron en un lugar lejano de la costa, pensaron que sin duda eran los piratas ingleses. Después de esto, tomaron las armas, se vistieron las corazas, prepararon los escudos, espadas y flechas y con ardor se lanzaron al combate, aunque no cesaron de remar. Los ingleses hicieron lo mismo, pero con el estorbo de su robo apenas tuvieron tiempo suficiente para armarse o para remar.

                “¿Qué más? Comienza la batalla por uno y otro bando: se disparan flechas a modo de granizos  y especialmente se combate con las piedras que llevaban para esto en los barcos. Por fin los de Iria y los hombres de Santa María de la Lanzada, con la ayuda de Santiago, se alzan con más fuerza contra los enemigos y con rápido salto suben a las naves de los contrarios. Y así, atraviesan a unos con sus flechas, a otros aplastan con sus piedras, y a los demás les dejan vivir tras atarles las manos a la espalda, y embarcándose en la nave de los piratas ingleses y en las otras dos naves, que Pelayo Gudesteiz y Rabinado Núñez les habían dado a los ingleses para su ayuda, prosiguen el viaje comenzado, alegres con tan gran triunfo llevan consigo a los cautivos y se dirigen al mencionado asedio (el del castillo de Puente Sampayo y de Darbo).

                “Después que estos hechos, tal como habían sucedido, llegaron a oídos de su señor, es decir del venerable obispo de la iglesia de Santiago, lleno de gran gozo dio máximas gracias a Dios omnipotente, el cual se había dignado a defender y proteger la tierra de su apóstol Santiago de los malignos saqueadores. Y una vez se acercaron a la costa los vencedores, cuando el obispo vio a los ingleses, prisioneros y vencidos, llorando y lamentándose, lleno de piedad propia de un padre, se movió por la misericordia, pues guardaba en el archivo de su memoria aquella cita: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Luc. 6, 36), etc. Entonces, habló a sus marineros de tal manera diciendo: “Hermanos, sabéis que la quinta parte de todo cuanto habéis conseguido en esta victoria, con la ayuda de Dios, me pertenece por derecho; de todo ello, aun siendo mucho y de gran valor, sin embargo nada quiero recibir de vosotros, dadme sólo los cautivos como parte mía”. Decía esto porque quería desatarlos de las cadenas y librarlos del yugo del cautiverio. Así pues, recibidos los prisioneros como parte del botín, el propio obispo les obligó con juramento a que no inquietaran más a los cristianos ni se atrevieran a hacer contra ellos cosas tales como más arriba se han descrito, y así, liberándolos de sus cadenas, les permitió marchar en libertad.”

                HISTORIA COMPOSTELANA. Edición de Emma Falque Rey, Madrid, Ediciones Akal, 1994, C. LXXVI, 1-2, pp. 186-187.

                Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.

                                                 Representación de Diego Gelmírez.