DEFENDER EL COMERCIO ESPAÑOL EN EL PACÍFICO DEL XVIII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.10.2019 12:52

                El Pacífico no fue un océano que hiciera honor a su nombre en el siglo XVIII, cuando las grandes potencias europeas se disputaron sus ventajas comerciales y estratégicas. Británicos y franceses se esforzaron por adelantar sus posiciones allí, pero los españoles no estuvieron dispuestos a ser desplazados por sus competidores tras la guerra de Sucesión, que dejó en sus manos las Filipinas y otros archipiélagos.

                Los gobernantes de la España de Felipe V fueron muy conscientes que las mejoras administrativas y políticas podían regenerar su poder imperial. Hacia 1726, el duque de Béjar propuso al rey crear una compañía al modo de otros países para comerciar con Filipinas y China. Las naves deberían partir desde Cádiz con dirección al Extremo Oriente por la ruta del estrecho de Magallanes. Así, según el duque, se evitarían las pérdidas económicas del camino de Veracruz-Acapulco. De todos modos, la ruta del Galeón de Manila no fue variada en las siguientes décadas.

                La hostilidad hispano-británica proporcionó la excusa adecuada para introducirse en los circuitos económicos españoles del Pacífico a los holandeses, cuya posición había decaído desde el siglo XVII. En 1747 su Compañía de las Indias Orientales dispuso dos navíos hacia Nueva España con mercancías valoradas en 1.200.000 pesos, con la expectativa que una carga de 500 pesos podía dispensar un beneficio de un millón en plata. El capitán de la expedición era de nacionalidad francesa y contaba con la protección de dos navíos británicos.

                Con todo, el gobernador de la holandesa Batavia (la Yakarta de hoy en día) avisó al de Filipinas de la proximidad de una armada británica para que ordenara descargar rápidamente el Galeón de Manila y reparara sus fortificaciones. Resultó, verdaderamente, una añagaza holandesa para surtir mejor el mercado de Acapulco con sus ropas y géneros.

                La iniciativa holandesa movió a los españoles a protestar diplomáticamente. El marqués de la Ensenada comunicó al embajador de las Provincias Unidas a que se castigara a los responsables, pero la respuesta de los Estados Generales de 1754 fue tan tardía como insatisfactoria para los españoles.

                La caída en manos británicas en 1762, que no fructificó en una ocupación duradera, acreditó las carencias militares españoles en el área. Todavía en 1780 coleaba el tema de la compañía de comercio, cuando los responsables españoles manejaban cálculos ciertamente perturbadores. Los comerciantes extranjeros obtenían de España de cinco a seis millones de pesos, que empleaban en comprar géneros orientales: la plata de la Nueva España discurría hacia China. Más tarde, los mismos comerciantes vendían a España tales mercancías por más de dos millones.

                A semejante déficit se añadía el coste del mantenimiento del Galeón de Manila, unos 278.994 pesos anuales. Extraía de Nueva España mercancías por valor de cuatro millones, pero los pertrechos ascendían a la friolera de trece. En tales circunstancias, los súbditos de Filipinas se encontraban en la pobreza y no atendían debidamente el pago de sus impuestos, lo que costaba a la Monarquía un socorro suplementario de quinientos a ochocientos mil ducados anuales.

                Para mejorar tal situación, se volvió a plantear la necesidad de crear una compañía mercantil para defender el comercio español en el Pacífico y hacerlo más productivo a la metrópoli. Se consideró la necesidad de contar con un puerto de apoyo en África e incluso de habilitar Lima en sustitución de Acapulco para ahorrar costes. Tras varias gestiones, se formalizó la creación de la Real Compañía de Filipinas en 1785, que tuvo que enfrentar en los años venideros una situación internacional harto complicada, marcada por las guerras de la Revolución y del Imperio.

                Fuentes.

                Archivo General de Indias.

                Audiencia de Filipinas.97. N. 42