CONTRA LOS IMPUESTOS DEL IMPERIO.

13.06.2019 15:27

                La actual provincia de Guadalajara padece el problema de la despoblación, el de la España vacía o vaciada, agudamente. Los historiadores han intentado dar con sus raíces y se han remontado incluso al llamado Siglo de Oro, que no fue tan favorable a los habitantes de Castilla como tan brillante título indica. Aunque las dinámicas sociales y económicas del Antiguo Régimen son distintas de las del mundo del liberalismo, es cierto que el vecindario y el poblamiento de Guadalajara se vieron sometidos a fuertes presiones en la segunda mitad del siglo XVI.

                La ciudad de Guadalajara se encontraba a fines de aquel siglo agobiada por los impuestos reclamados por el rey. Las guerras imperiales costaban mucho dinero. Su representante Blas de Herrera se quejó del reparto de 25.000 reales por el servicio de los ocho millones, el gravamen recaudado sobre varios conceptos para financiar en principio la Gran Armada contra Inglaterra. La reclamación al rey del encabezamiento de las alcabalas y de parte de los montes para la labranza no aligeró la carga, por lo que se pidió la rebaja al año de 1.000 ducados u 11.000 reales.

                En Sigüenza, las cosas no pintaron mejor. En 1555 ya se solicitó la rebaja del encabezamiento o asignación de impuestos, pues habían pasado muchas fincas de los vecinos a la Iglesia en general y en particular a la Inquisición. En 1592, con la citada imposición de los millones, las reclamaciones volvieron a ganar fuerza.

                Su representante Jerónimo de Cartagena arguyó que no se podía cumplir con el reparto de 600.000 maravedíes o 17.647 reales cada seis años para los millones, fundamentalmente por dos motivos.

                La Iglesia de la ciudad recogía la mayoría de los frutos cosechados. Como disponían de su propia carnicería y traían su propio vino de fuera de la localidad, los eclesiásticos no pagaban sisa. Bien podían decir que con la Iglesia habían topado.

                Además, la ciudad carecía de dehesas y baldíos, como otras, a las que recurrir, por lo que no se disponían de arbitrios. La pobreza vecinal se agravaba por la contribución de hombres de armas y gente de guerra para Zaragoza, las famosas alteraciones de Aragón.

                Las localidades castellanas fueron conscientes de sus problemas y no dejaron de exigir moderación. Tuvieron sus representantes ante el rey y lo intentaron. Otra cosa es que lo consiguieran. De todos modos, en la declinación de Castilla no cabe aducir la pasividad de sus gentes ante sus males.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Patronato Real, legado 81, documento 180.

                Víctor Manuel Galán Tendero.