CIMARRONES Y SOLDADOS HUIDOS, COINCIDENCIAS Y COMPLICIDADES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

26.10.2020 09:02

               

                La colonización de América se hizo con muchas personas obligadas, desde esclavos a soldados, gentes que trataron de escapar de una vida de duras imposiciones. Lo intentaron en las mismas tierras americanas, luchando porfiadamente por conseguirlo. En el istmo de Panamá, tan estratégico para las comunicaciones del imperio español, tales deseos de libertad se manifestaron en numerosas ocasiones a lo largo de los años.

                No pocos esclavos africanos se fugaron para acogerse a las espesuras de su terreno. Fueron los llamados cimarrones, entre los que destacaron algunos jefes como Chalona. Contra ellos se emprendieron campañas, como la de 1578, que pretendía reducirlos a pueblos controlados por las autoridades españolas.

                La situación llegó a ser tan grave para aquéllas que se prohibió en 1580 la entrada de nuevos esclavos africanos en Panamá. A los que ya se les había concedido licencia de entrada, debían ser conducidos a Perú, donde las actividades de los cimarrones en Panamá no dejaban de inquietar. La guerra entre cimarrones y españoles prosiguió con dureza, acogiéndose los primeros a los terrenos accidentados. Sus mujeres e hijos eran vendidos nuevamente en caso de captura y ellos enviados a galeras.

                El pueblo de Pierdevidas, de elocuente nombre, se hizo célebre como lugar de los cimarrones, hasta donde incursionaron los españoles en 1607.

                Mientras tanto, los africanos que permanecían como esclavos podían ser destinados a lugares como la plaza fuerte o presidio de Portobelo, donde a nivel general compartían la penosa situación de los soldados de guarnición, muy lejos de las glorias militares indianas cantadas por algunos.

                Como sucedía en otros presidios de la Monarquía hispánica, desde América al Norte de África, el día a día de los soldados estaba presidido por las carencias de alimentos, de buena paga y de adecuadas condiciones sanitarias. Muchos albergaron la esperanza de marchar, de desertar, deseo compartido por marineros y soldados de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias.

                En 1622, el presidente de la audiencia de Panamá Rodrigo de Vivero ordenó que se prendiera a los españoles que desertaban de sus barcos para huir a Perú, auxiliados por los soldados y vecinos del castillo de Portobelo, así como por los africanos (esclavos, libertos o cimarrones). Para cortar este verdadero movimiento de solidaridad entre desafortunados, se amenazó a los de origen europeo con penas de 2.000 ducados y seis años de galeras, y a los de procedencia africana con infringirles 200 azotes.

                Tales amenazas sirvieron de poco y en la tierra de Cartagena de Indias no dejaron de ganar fuerza las comunidades de cimarrones o palenques, como los de Sierra María. Las fugas llegaron a ser tan constantes que en 1630 del capitán general de la Armada de la Guarda, Jerónimo Gómez de Sandoval, llegó a poner vigilancia en los caminos panameños y en el mismo hospital de acogida de Cartagena de Indias, lleno de transeúntes. Sin embargo, el virrey de Perú se sintió relegado en sus funciones y ordenó en 1639 retirar las tropas de vigilancia entre Portobelo y Panamá, concretamente en el Cascajal.

                Con tal situación, pudieron ir infiltrándose en la América española aventureros ingleses, como los apresados en 1636 por los amerindios del litoral de Panamá. La realidad de aquella tierra era más viva de lo que hubieran deseado sus autoridades.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.

                Panamá, 1 (N. 22), 17 (R. 6, N. 101) y 19, (R. 6, N. 65).