BRITÁNICOS CONTRA INDIOS. Por James Really.

30.05.2018 12:08

               

                Cuando los británicos estaban librando una encarnizada guerra contra los franceses en Europa a finales del siglo XVIII, también combatían por expansionarse en el Indostán, donde la Compañía de las Indias Orientales se estaba afirmando como la potencia dominante tras el declive del imperio mongol. Los franceses habían sido vencidos aquí en la guerra de los Siete Años, y durante la de la independencia norteamericana intentaron recuperar posiciones. La expedición napoleónica a Egipto estuvo en parte dictada por el deseo de conseguir el imperio de las Indias, siguiendo la estela de Alejandro Magno. La Compañía, representante del gobierno británico en la India, no estuvo dispuesta a perder sus grandes ganancias.

                Muchos británicos viajaban a la India en busca de fortuna y posición, al modo de otros conquistadores europeos en las Américas, pero se ha estimado que más de la mitad de ellos encontraban una muerte temprana. Las enfermedades como el cólera, el tifus y la disentería, los fuertes calores o las mordeduras de serpiente se combinaban fatalmente con sus usos alimenticios inadecuados para mermar sus vidas. Uno de los británicos que marcharon al Indostán a escalar posiciones fue Arthur Wellesley, el que con el tiempo se convertiría en el duque de Wellington, el duque de Hierro que venció a Napoleón con el paso de los años.

                Entre 1798 y 1803 los británicos se enfrentaron a dos adversarios más que respetables: el estado de Mysore en el Sur del Decán, y la confederación maratha más al Norte. Sus dirigentes eran hombres capaces, como el sabio Tipu de Mysore, famoso por su maqueta animada de un tigre devorando a un oficial británico y por su crueldad implacable, visible en su calabozo inundable. Equipó sus fuerzas con cohetes pequeños trasportados en carcajes o más grandes en carros provistos de armazones.

                En las filas de los británicos, las rivalidades políticas y personales minaban la cohesión de su oficialidad. Wellesley fue acusado de ser favorecido por su hermano el gobernador. Dependían mucho de la buena voluntad de sus aliados indios, pues por 4.300 europeos se alinearon 15.700 cipayos en la campaña de 1798-99.

                Desde Madrás se internaron en territorio de Mysore a través de una tórrida selva. Tuvieron que abrir camino en numerosos tramos y contratar transportistas provistos con carretas de bueyes. El despliegue se completó desde Bombay por el otro flanco.

                Tras no pocos esfuerzos, se alcanzó la ciudad fuerte de Seringapatam, protegida por el cauce del río y por fuertes murallas. Los británicos aprovecharon la estación seca para acercarse a sus defensas. Con sus piezas de artillería abrieron fuego para abrir brecha contra unas murallas no abaluartadas al modo europeo. Al final consiguieron su objetivo.

                El siguiente objetivo fue la sumisión de la confederación maratha, de hábiles jinetes. Wellesley recibió el encargo de someterlos aprovechando sus disensiones políticas. Sus adversarios pudieron oponerle un ejército con 15.000 soldados de infantería regular, organizados en brigadas dirigidas por oficiales europeos, bien apoyados por una pequeña fuerza de caballería y de artillería. Los elefantes de sus comandantes eran protegidos por los jinetes.

                Wellesley supo evitar los problemas de la estación húmeda monzónica, que le impedirían vadear los ríos, e imponer una severa disciplina, capaz de cortar los saqueos y de ganar la cooperación india. En septiembre de 1803 venció en Assaye. Con sus disciplinadas fuerzas, se mostró partidario de atacar a su rival antes que tuviera tiempo a organizarse. Tampoco desatendió el otro frente, el político, y mostró tanta cautela en informar a sus superiores como en tratar con tacto a sus aliados indios. Para historiadores como Richard Holmes, el Indostán fue la verdadera escuela para dirigir las operaciones británicas en la guerra de la Independencia española.