BERGANTINES Y FALÚAS, ESPERANZAS DE TIEMPOS DIFÍCILES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.05.2020 13:11

                El imperio español dependió enormemente de sus barcos para mantener su seguridad, sus comunicaciones y su comercio. La tarea fue titánica y topó con numerosos problemas, pues entre sus rivales se encontraron destacadas potencias navales: el imperio otomano y sus dependencias como la de Argel, Inglaterra, las Provincias Unidas o Francia.

                Generalmente, nos fijamos en sus galeras y galeones, pero también se emplearon embarcaciones más pequeñas, como las falúas de dos palos o los bergantines, dotados de un trinquete y de un palo mayor, movidos hasta el siglo XVI con remos. Falúas y bergantines eran rápidos y de gran maniobrabilidad, muy útiles para ciertas misiones que requerían precisión. Muchos piratas y corsarios los emplearon con resultados a la altura de sus expectativas.

                En 1639 encajó España una dura derrota ante los holandeses en la batalla naval de las Dunas y en el Mediterráneo los franceses estaban intensificando sus acciones. Falta de recursos y con compromisos cada vez más grandes, la Monarquía hispana recurrió a los bergantines para misiones de transporte y ataque puntual.

                El 31 de agosto de 1640 se embarcaron en Peñíscola unos 403 soldados en seis bergantines con destino al Rosellón, atacado por los franceses, cuando en Cataluña cundía la rebelión contra Felipe IV. Los bergantines operaron en islas como Cerdeña y Mallorca. Se les requirió desde la Península para que una fuerza de seis se dirigiera a las costas valencianas, con vistas a impedir el suministro de víveres de Barcelona. El servicio de las falúas fue esencial en la década de 1640 a la hora de mantener la comunicación entre Tarragona (en manos de los partidarios de Felipe IV) y puntos como Sitges.

                En 1649, cuando la guerra proseguía en Cataluña, se encareció ante el Consejo de Aragón la importancia de disponer en el litoral del reino de Valencia una verdadera flota de bergantines y falúas. Sin embargo, el dinero (o la carencia del mismo) volvió a ser un grave problema, bien apuntado por el conde de Oropesa, el entonces virrey de Valencia. Solamente el salario de un capitán de falúa ascendía a 500 escudos mensuales y lo adeudado a las dotaciones de las falúas de Nápoles a cerca de 5.000. En aquellas circunstancias, muchos pensaron en retornar a sus puertos de origen, descubriendo un hueco más del golpeado imperio español.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0560, nº 014.